Lo atractivo de lo bello, de lo bonito es algo innegable. En una
sociedad como la nuestra, donde lo inmediato tiene un lugar de preferencia,
donde lo visual prima sobre cualquier otra forma de acceso a la información, precisamente
por eso, por la velocidad en el procesamiento de la misma, no podemos
caer en la tentación de generar nuestros juicios de valor desde esta única
perspectiva. Últimamente en los claustros docentes, se escuchan valoraciones
sobre metodologías, sean innovadoras o no, como ¡qué bonito! ¡qué cool! o ¡qué
cuqui! Sin embargo juicios de valor como ¡qué eficaz! o ¡qué buenos resultados
se obtienen! son mucho menos frecuentes. Lo cierto es que estamos perdiendo un
poco el norte de los objetivos de nuestro trabajo. La belleza en los materiales
preparados y su atractivo visual son importantes, pero desde luego no
pueden ser el eje sobre el que vertebrar una determinada metodología, ni el eje
director de nuestro trabajo.
Si queremos
implantar una innovación educativa en nuestro proceso educativo y en
nuestro entorno, no podemos cargarnos con más trabajo que el que necesitaba
nuestra dinámica anterior, puesto que si no lo conseguimos, el nuevo método
está condenado al fracaso más tarde o más temprano.
Si yo pretendo
trabajar sin libros de texto, no puedo implementar una metodología que me
requiera tres horas de preparación de material diariamente, o al menos no
durante un tiempo excesivo. Puedo asumir esta circunstancia por un tiempo
limitado, la ilusión del cambio me arrastrará por unas semanas, pero si no
logro revertir esta situación, me cansaré y volveré a trabajar con los
materiales anteriores, los libros de texto.
Cualquier cambio
metodológico tiene que suponer una mejora en el proceso de aprendizaje de los
alumnos/as, pero también en el procedimiento de trabajo del docente. Veo a
muchos maestros/as recortando cartulinas, diseñando materiales para una única
actividad, decorando una pared y haciendo fotos que luego se comparten en las
redes sociales en grupos de docentes. Pero también, cada vez más veo a compañeros/as que
se han visto arrastrados a compartir la actividad "innovadora" en el
centro echando sapos y culebras por la poca rentabilidad que le ven a dicho
trabajo. Si queremos un cambio metodológico, no puede venir por cargar a los
docentes de tareas que pueden ser sustituibles, o que no son imprescindibles en la
metodología que queremos cambiar, a no ser que tengan una rentabilidad
pedagógica extraordinaria, que no suele ser el caso.
Si queremos un
cambio real, debemos buscar la eficacia, la eficiencia y la rentabilidad
del trabajo por encima de cualquier otra consideración, incluida la estética;
sobre todo la estética. Con ello no quiero decir que sea negativo fabricar materiales
atractivos, quiero decir que no puede ser nuestra primera premisa, que tan solo
debe ser un añadido, a realizar solamente cuando sea posible, y que suponga una
carga de trabajo adicional.
Somos o al menos
debemos ser profesionales, personas formadas para solucionar problemas
complejos dentro de un campo determinado, no somos artistas, aunque pueda ser
un plus. No debemos confundir el orden de las cosas. Lo importante es ser
eficaces en nuestro trabajo, lo demás es secundario.
Lo importante es ser capaz de subir a una montaña, y hacerlo de la forma que nos genere el menor cansancio posible, aunque sea mucho más "cool" hacerlo mientras se cantan arias operísticas, por mucho que Plácido Domingo nos haya dado una ponencia como "experto" en educación.
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