No voy a entrar ahora otra vez en el inmovilismo inherente a todos los sectores de nuestra sociedad y que es más que evidente en el sector educativo, ya lo he comentado sobradamente.
Lo importante es que los jerarcas pensantes que hemos tenido dirigiendo el ministerio de educación, no se han planteado la pregunta clave, bueno sí que se la han preguntado y cada uno tenía una respuesta distinta, de ahí todos los cambios de dirección; pero lo que ninguno hizo, ni ha hecho, es preguntárselo a la sociedad. La pregunta clave sería una del siguiente estilo, ¿qué clase de sociedad, y por tanto de educación queremos? Con la respuesta a esta pregunta viene dado el modelo educativo que sería sin duda el definitivo de este país, lo que ocurre es que no es una respuesta sencilla, puesto que posteriormente hay que ser muy coherente con la respuesta que se dé.
No podemos tener un sociedad donde se tenga la eficiencia japonesa y simultáneamente la felicidad africana. La primera conlleva un desasosiego personal tremendo, sola hay que observar el alto número de suicidios que sufre ese país y el carácter introvertido de una gran parte de su población, por otro lado la alegría y la extroversión que son el estereotipo de la persona africana, conlleva una ineficacia mayor, puesto que se le da menos importancia a la perfección de los resultados, se pone la lupa en la alegría personal sobre la eficaciencia resultadista.
Lo que esta claro es que no se pueden tener las dos cosas a la vez, por esta razón a la hora de elaborar la legislación educativa, lo primero que se debería hacer es preguntar a los españoles/as hacia que extremo filosófico quieren tender, es cierto que no es necesario llegar a ninguno de los dos extremos, que podemos y debemos quedarnos en un punto medio, pero hay que asumir que ese es nuestro horizonte, que no podemos después llevarnos a ningún tipo de engaño, ni de realizar comparaciones engañosas y tendenciosas.
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