A los maestros nos gusta utilizar términos pedagógico-científicos,
preferentemente en inglés, para demostrar a los demás, y a nosotros mismos, que
somos muy innovadores y que estamos a la última en cuanto a los avances del
proceso educativo. Sin embargo, no dedicamos el tiempo necesario a realizar una
reflexión y una evaluación de lo que significan esos términos y, lo que es
peor, lo que supone llegar hasta el final de una determinada teoría. Por eso,
muchas veces, la supuesta utilización de una práctica novedosa, que decimos
utilizar, se queda, tan solo, en una determinada tarea que no se extiende, interconectada, al resto de nuestra práctica. Lo que nos lleva a un determinado
grado de incoherencia profesional, más o menos importante, dependiendo de
nuestro grado de reflexión profesional.
La verdad, es que
nuestra propia experiencia vital hace que demos por supuestas muchas de
nuestras acciones, positivas en el pasado, como inmutables. Es complicado
ponerte a reflexionar sobre algunas de tus prácticas más antiguas, sobre todo,
reitero, si han sido exitosas, y plantearse la posibilidad de modificarlas. Lo
primero, es que no podemos replantearnos constantemente todas nuestras
acciones, puesto que no tendríamos tiempo para nada más, pero no hacerlo
siempre tampoco implica no hacerlo nunca, y lo segundo, es que la inercia en
los planteamientos profesionales es muy difícil de detener, puesto que solemos
buscar factores externos a las distorsiones que se producen en el proceso, es
una reacción humana. Además, es cierto que esas interacciones externas que
escapan de nuestra labor existen, y son importantes causas del fracaso escolar
de algunos de nuestros alumnos. No podemos negar esta realidad, ni tampoco
focalizar toda la responsabilidad en el docente, sería injusto, pero también lo
es, no revisar periódicamente nuestra labor para encontrar mejoras para aplicar
en el proceso, puesto que algunas veces sí que podemos mejorar el aprendizaje
de nuestros alumnos.
En educación
hablamos continuamente de que el proceso de aprendizaje debe ser individualizado
y su evaluación, sumativa y continua. Tiene todo el sentido del mundo. Si el
fin evaluador no es una calificación, ni por supuesto, la graduación de
la adquisición de conocimientos de un alumno con respecto al grupo, los marcos
de referencia deberían estar marcados de la forma más individualizada posible.
Si lo importante de la evaluación es conocer los aspectos en los que el alumno
tiene alguna carencia competencial, para ayudarle a subsanarla y facilitarle
los medios, a través de las tareas que creamos oportunas para que lo logre, no
nos debería importar tanto si los métodos de calificación y las referencia
utilizadas, difieren entre un alumno y el resto del grupo. Lo contrario, es no
ser consecuente. Es cierto, que el desarrollo de un currículo por parte de la
Administración, y los estándares que se deben superar para conseguir una
titulación final, nos marcan los objetivos a conseguir, pero no podemos
olvidar, que el objetivo final del proceso educativo, es conseguir alumnos
competentes, y que si lo logramos, superaran los estándares que son necesarios
para la titulación final.
Es difícil
conseguir esa coherencia cuando la misma Administración no lo es, y nos pide,
que por un lado individualicemos el proceso, y por otro, califiquemos de una
forma estandarizada y numéricamente con una graduación de los alumnos dentro de
su grupo innegable, que nada tiene que ver con el principio de
individualización.
El otro día, una
compañera le decía a uno de los alumnos de sexto de E. Primaria, que tenían un
problema, puesto que el niño, que había estado enfermo, no había hecho un
examen y que a esa hora, iba a corregirlo de forma común, con el resto de
compañeros, para que pudiese apreciar los fallos cometidos, y aprender a
subsanarlos. Yo le pregunté si el niño podría tener un ocho, y ella me dijo que
sí. Pues pónselo, fue mi comentario, a lo que me respondió, que eso sería
injusto para los demás. En absoluto lo es, ¿en qué mejora la competencia de un
alumno la calificación obtenida por otro? En nada. La injusticia puede
venir porque se puede modificar la graduación del niño dentro del grupo, pero
si la evaluación, y por lo tanto la educación es, o al menos debería ser
individualizada, ¿es un problema? La respuesta es NO.
Pedimos a los
niños/as que se preocupen de su proceso de aprendizaje, que deben valorar lo
que saben y no compararse con nadie, que su referencia debe ser su mejora
personal, y no su relación con lo que los demás saben o dejan de saber. Sin
embargo, nuestra actuación en la mayoría de los casos, no es para nada
consecuente con lo que decimos. No hemos reflexionado sobre el término
educación individualizada, simplemente nos sumamos al mismo porque es un
término que es novedoso y yo quiero serlo. Pero, en el fondo, ¿he reflexionado
sobre lo que supone? La mayoría de las veces no. Ese es el problema, que
dedicamos muy poco tiempo a la reflexión, y por lo tanto, a la evaluación y modificación de
nuestra labor. Es aquí, antes que en ningún otro sitio, donde mejora, o debería
mejorar, el sistema educativo. No hay malas ni buenas prácticas, hay prácticas
reflexionadas y con los objetivos claros y otras que no lo son. Podemos ser
"innovadores" pero si no nos planteamos los objetivos de nuestras
acciones como docentes, seremos malos profesionales. Es como si quisiéramos parecer expertos usuarios de tecnología punta pero en nuestra casa utilizásemos centralistas del siglo pasado.
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