Comentaba el otro día, con un compañero, una circunstancia que es
bastante habitual en la dinámica de los centros. El maestro estaba preocupado
porque había realizado una prueba escrita y no había obtenido los resultados
esperados.
La solución era
evidente, debía volver a retomar el aprendizaje de los estándares propuestos en
la prueba y realizar otra vez una evaluación de la adquisición de los mismos.
Pero le surgió un problema. ¿Cómo debía calificar esa adquisición, con un
promedio o con una valoración nueva desechando la anterior? Es un tema sobre el
que he reflexionado bastante, y yo empiezo a tenerlo claro. Debemos enfocar el
tema calificatorio competencialmente, y valorar si un alumno/a ha conseguido
ser competente para superar los estándares planificados o no lo ha sido, pero
desde luego, esta circunstancia debe ser independiente del momento de la
consecución, siempre que se esté dentro de la temporalización legal que nos
marca la Administración. Por eso, mi consejo a mi compañero, fue que pasase la
prueba de nuevo, una vez repasados los contenidos implícitos, y que calificase
con la mejor nota de las dos, así es como lo hago yo.
Si un fallo tiene
la LOMCE, es que habla de competencias, pero sin embargo se empeña en realizar
una calificación cuantitativa de los contenidos de las áreas, que no tiene mucho
sentido, no tiene ninguno vamos. Los maestros/as acostumbrados a la dinámica
habitual, nos empeñamos en sacar medias y en hablar a los niños de los
resultados obtenidos a través de números, que en alguna ocasión tienen hasta
centésimas, es absurdo. Un niño, puede no ser competente en algo durante un
tiempo por diversas circunstancias, pero si antes de entregar el boletín, ha
adquirido la referida competencia, y lo ha hecho de forma sobresaliente, se
merece esa calificación, por mucho que en las pruebas anteriores que hubiésemos
realizado no lo fuese. Deberíamos calificar el grado de competencia, no el
momento de su adquisición. En ese sentido me gustaba mucho la calificación de
la LOGSE, que hacía referencia a si progresaba adecuadamente o necesitaba
mejorar. Lo primero, lo hacía en referencia a las capacidades individuales del
alumno dentro de un marco de referencia de mínimos. Lo segundo, tenía un
gran valor competencial, aunque los docentes nunca quisimos verlo, porque nos
empeñamos en seguir nuestras dinámicas anteriores. Es verdad que sin ese cambio
metodológico era un sinsentido. Pero la incongruencia no estaba en el sistema
de calificación, sino en el metodológico, que nadie, o casi nadie, se planteó
cambiar. Era más cómodo achacar los fallos del sistema a la calificación, por
eso muchos maestros/as anotaban una calificación cuantitativa de forma oficiosa, al lado de la
cuantitativa oficial, en los boletines de calificación.
Ahora corremos el
riesgo de actuar de la misma forma. Lo importante es que el niño aprenda, que
sepa solucionar todo tipo de tareas desde los distintos tipos de inteligencia, sabiendo adaptarse a la que mejor encaje con la tarea propuesta, sintiéndose más
cómodo. Si logra hacerlo es competente, y si no, pues habrá que buscar estrategias
metodológicas para que acabe siéndolo, pero una vez que lo es, lo es. Es
independiente de cuanto esfuerzo didáctico hayamos debido emplear.
Puedo entender una calificación cuantitativa, de suficiente a sobresaliente, para describir el grado de habilidad en el desarrollo de esa competencia adquirida, pero que venga marcada por el momento de adquisición no tiene sentido. Es muy importante que los docentes sepamos diferenciar el concepto importante de evaluación del proceso, y la calificación del mismo, que no es más que el reflejo del anterior en un momento determinado. La evaluación es muy importante, la calificación mucho menos, salvo como retroalimentación de la primera. Por sí sola debería de carecer de valor.
Puedo entender una calificación cuantitativa, de suficiente a sobresaliente, para describir el grado de habilidad en el desarrollo de esa competencia adquirida, pero que venga marcada por el momento de adquisición no tiene sentido. Es muy importante que los docentes sepamos diferenciar el concepto importante de evaluación del proceso, y la calificación del mismo, que no es más que el reflejo del anterior en un momento determinado. La evaluación es muy importante, la calificación mucho menos, salvo como retroalimentación de la primera. Por sí sola debería de carecer de valor.
Todo el mundo
calificaría a Alberto Contador como muy competente a la hora de valorar la
competencia ciclista. Imaginemos que Contador hubiese comenzado a andar en
bicicleta con veinte años. A la hora de valorarle competencialmente,
¿analizaríamos su habilidad actual, o realizaríamos una media desde los diez
años? Pues eso deberíamos reflexionarlo a la hora de calificar.
Tener claro este concepto es sumamente difícil, puesto que hay que reconocer que la primera incongruencia proviene de las leyes educativas, que proponen algo pero no quieren renunciar a lo contrario. ¿Falta de valentía legisladora, o incompetencia? Se trata de otro tema a analizar.
Tener claro este concepto es sumamente difícil, puesto que hay que reconocer que la primera incongruencia proviene de las leyes educativas, que proponen algo pero no quieren renunciar a lo contrario. ¿Falta de valentía legisladora, o incompetencia? Se trata de otro tema a analizar.
IMAGEN ALBA LAMUELA
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