Me encanta ver trabajar a los buenos profesionales sea el trabajo
que sea. Cuando ves a alguien que domina el oficio, que es capaz de adelantarse
a los imprevistos, disfrutas de verle hacer. Me viene a la mente la frase de
Manuel Manquiña en Airbag, "PROFESIONAL, MUY PROFESIONAL". Me
gusta, especialmente, observar a los carniceros a los que compro la carne.
Ver como son capaces de coger una res y hacer el despiece aprovechándola al
máximo. Pero sobre todo disfruto porque son capaces de hacerlo adaptandose a las necesidades que yo les planteo, que muchas veces no
coinciden con las del resto de clientes.
Podría acudir a un
supermercado, dirigirme a las neveras de la sección cárnica y coger las
bandejas que me pareciesen oportunas; pero en ningún momento esa carne sería
adecuada al 100% a mi necesidad y sería yo, a la hora de cocinar, quien debería
amoldarme para obtener un buen plato; no
sería tan perfecto, puesto que el punto de partida no es el adecuado al no acudir a
un buen profesional, o al menos al no tener contacto directo con él.
En educación nos
pasa algo similar. Seríamos capaces de ofrecer a los niños una metodología que
se adecuase a sus necesidades de manera personalizada; sin embargo, no nos lo
planteamos siquiera. Acudimos a lo que nos marca la editorial de turno en sus
libros de texto y en sus guías didácticas. Podemos lanzarnos a realizar
alguna actividad que hayamos encontrado o que incluso, la hayamos
diseñado nosotros, y creemos que es una labor de héroes. Sin
embargo, lo único que hemos ofrecido es una bandeja con un peso diferente al
estandarizado.
Somos
profesionales, y además creo que buenos en la mayoría de los casos. La
tecnología actual y la posibilidad de acceso a la información nos ofrecen una
cantidad enorme de posibilidades que hacen del libro de texto un elemento
prescindible. Hace unos años era un elemento igualador, como forma de acceso a
los contenidos, aunque siempre debió de ser eso y solo eso, un acceso a
los contenidos y no una referencia metodológica, nos hicieron creer que solo éramos aprendices, que el "oficial" estaba lejos, dirigiendo nuestra labor desde una guía, y nosotros, tristemente, nos lo creímos.
Es la hora de
demostrar que los docentes somos PROFESIONALES, que somos capaces de adaptarnos
a las necesidades del grupo que tenemos la suerte de acompañar, y en la medida
de lo posible, a cada uno de sus miembros. Que somos imaginativos para poder
servir la pieza tal y como nos la piden, sin desaprovechar nada en el despiece.
Eso lo podemos lograr con una evaluación continua y continuada de nuestro
quehacer profesional, para poder mejorar y, lograr satisfacer las necesidades de
nuestros "clientes" que son nuestros alumnos. Creo que la belleza de
la profesión es la de saber adaptarse a la realidad en la que nos toca trabajar y utilizar la metodología que sea más eficaz, no solo en la que nos
sintamos más cómodos, y sabiendo que el libro de texto es una posibilidad más,
pero no la única que tenemos en nuestra mano. Me
sentiría realizado profesionalmente si al verme trabajar en el aula alguien
pudiese decir "PROFESIONAL, MUY PROFESIONAL" Es mucho más interesante
tener este matiz que no el de "cool", innovador o renovador. A mí, como a todos, me gusta que me corten la carne a mi gusto.
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