Ha sido un curso lleno de circunstancias especiales, desde la Orden de
tiempos escolares a la adecuación de la legislación LOMCE, con problemas de
organización escolar y de convivencia. Un curso muy ajetreado sin lugar a
dudas. Son momentos en los que te sientes extenuado, exprimido y con ganas de
que acabe para poder relajar la mente y el espíritu. Son días de tensión, la
propia del momento y la acumulada.
A pesar de toda la vorágine, ayer me concedí
un momento para la reflexión. Hice un repaso de todo lo que llevamos de año
académico y me percaté que hemos tenido un montón de conversaciones con nuestro
inspector de referencia. Aprovecho para darle las gracias públicamente, siempre
ha estado dispuesto a darnos consejo y a orientar nuestras acciones para
evitarnos posteriores problemas. Nos ha atendido y consolado cuando lo hemos
necesitado y nos ha servido de sostén en los momentos difíciles. Sin embargo
repasando todas las consultas que le hemos tenido que realizar, me percaté de
que ninguna era por temas puramente pedagógicos. Todas tenían un aspecto
administrativo o de problemas de convivencia, relativas principalmente a problemas con algunos
padres y madres. Además tenemos que añadir las visitas de control de documentos
oficiales, donde ha acudido con unas plantillas que debía rellenar para comprobar el cumplimiento
de los mismos, para rellenar las estadísticas oficiales.
No tiene mucho sentido tener un cuerpo de especialistas pedagógicos, que
deberían centrarse en la mejora de la labor educativa y plantear y proponer
medidas innovadoras para la mejora de la misma desde la realidad particular de
los centros, para al final, tenerlo rellenando cuestionarios administrativos.
A lo mejor sería conveniente dividir las labores que desarrollan y deberían
desarrollar en dos cuerpos distintos. Por un lado el control de calidad que
supone una buena labor administrativa, una buena gestión de los recursos
humanos y materiales, para la que no es estrictamente necesario ser un
especialista docente. Es más quizá el perfil idóneo es otro bastante distinto.
Aquí se necesitaría a alguien especializado en gestión, o en control y
calidad.
Y por otro lado un segundo cuerpo, en el que sí que sería necesaria una labor de asesoramiento de la
práctica docente, y es aquí donde deberían centrarse los actuales inspectores. Acudirían a los centros a realizar análisis preliminares y aconsejar
sobre las necesidades de formación reales de los colegios. Podrían acceder a la
práctica diaria de los docentes y realizar evaluaciones, no fiscalizadoras sino
como elementos de mejora de la práctica diaria. Hacer en suma de maestros/as y profesores/as
que es lo que realmente son. Podría además conocerse realmente y con
profundidad la realidad de nuestro sistema educativo y plantear
propuestas de mejora reales y no quiméricas. Se podrían dedicar a dar
difusión a todas las buenas prácticas docentes y no tan solo a las que se
presentan a los premios o disponen de alguien que las promocione. En fin se
tendría una verdadera evaluación de todo el sistema y no una parodia que se
fija solo en las cifras que se quieren mostrar. Tendríamos más eficacia y a la
larga mayor satisfacción. No tendríamos que escondernos puesto que a quien te
va ayudar sales a buscarle. Lástima tener que escribir los últimos párrafos en condicional y no hacerlo en presente o futuro.
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