En estos momentos hay una ebullición de ideas en el mundo educativo, con un ingrediente
mágico que es la innovación, pero tenemos que tener cuidado a la hora de otorgar este título. Es la palabra clave, una vez que la has mentado, los
argumentos que puedan surgir en contra de la teoría que se propone, quedan
empequeñecidos por una extraña ley no escrita. Está mal visto ir en contra de lo se ha tildado como innovador.
Podemos tener un montón de ideas para llevar al aula, en un principio no
podemos calificarlas salvo de ocurrencias. No quiero decir que sean algo
negativo, ni mucho menos, de estas primeras ocurrencias es desde donde luego
nacen las ideas innovadoras.
Nosotros aplicamos un filtro a las primeras propuestas, y las vamos
matizando hasta llegar a la práctica innovadora, tanto a nivel organizativo
como pedagógico, que intentamos poner en marcha.
Pero tenemos siempre en mente una idea que es clave, EVALUACIÓN, y debe ser
constante y precisa, se tiene que basar en hechos constatables y
cuantificables, si no es así pierde gran parte de la validez que pretendemos otorgarle.
Si planteamos una propuesta novedosa e innovadora en nuestro centro, como
pueden ser los
grupos flexibles, debemos realizar continuos ajustes que nos permitan
afinar la eficiencia de la propuesta.
Podríamos caer en la tentación de basarnos en la opinión de los
compañeros/as como herramienta de feed-back, y lo hacemos, pero no de forma
exclusiva. Ahí está la importancia de esta evaluación, debemos encontrar
elementos cuantificables. Nosotros/as en este caso utilizamos el desarrollo de
las calificaciones del IES de referencia en la primera evaluación del primer
curso de la ESO.
Cada año el instituto nos las remite, y con ellas hacemos una estadística de
la evolución de estas calificaciones, tanto en términos absolutos, como en
referencia a otros alumnos/as que no han pertenecido a nuestro colegio.
También las pruebas de diagnóstico de cuarto antes, y de tercero ahora,
pueden servirnos para medir esta labor. Nos dan un baremo preciso de la
situación actual de nuestros niños/as, y a lo largo de los cursos podemos
calibrar la eficiencia de nuestra medida de innovación organizativa.
De la misma manera, intentamos evaluar todas las medidas innovadoras que
aplicamos en su vertiente pedagógica, por ello nos tomamos muy en serio la
evaluación. La utilización de la herramienta calificadora, y la obtención a
través de ella de una calificación competencial bastante fidedigna, nos revela
así mismo datos interesantes que nos hacen analizar el proceso educativo en
forma conjunta.
Muchas veces los maestros no buscamos precisión en la evaluación de nuestra
labor, y es muy importante utilizar instrumentos que den validez científica a
lo que estamos desarrollando.
Si llevamos a la práctica la coevaluación entre docentes que planteé en una
entrada anterior, no puede estar marcada exclusivamente por posteriores
comentarios subjetivos entre maestros/as. La observación debe seguir unas
pautas marcadas previamente y que nos dirigen hacia la observación de unos
determinados elementos significativos, basándonos en varias y diversas herramientas e instrumentos de evaluación.
Es la rigurosidad en el proceso de evaluación de las ideas innovadoras que
pueden ir surgiendo, la que les va a otorgar ese carácter de necesaria
rigurosidad científica. Sin él no tendremos ideas innovadoras, simplemente
serán nuevas, pero inútiles si no demostramos que son eficaces.
Si planteamos seguir un nuevo camino, debemos tener muy claro el final,
puesto que si es un camino en la niebla, seguramente acabaremos perdiéndonos.
IMAGEN: http://enfocandoaalba.blogspot.com.es/
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