Fui el otro día a ver un concierto de Vieux Farka Touré,
disfruté mucho escuchando su música, y mientras estaba ensimismado con las
notas, mi mente se trasladó al mundo escolar.
La actitud del músico maliense me impactó, una estrella musical en su país,
hijo de un mito de la música africana, acostumbrado al éxito y a tocar delante
de gran cantidad de gente, estaba aquí, en un pequeño teatro de Zaragoza, ante
poco más de cien personas, y no parecía importarle el número de los asistentes.
Tuvo algún problema con la producción, el pedal no funcionaba muy bien, y
fueron varias las veces que se interesó por la mejora del sonido.
Uno podría pensar que un afamado guitarrista, como es él, podría haberse
desentendido de la calidad de la actuación al ver el número de asistentes,
haber cubierto el expediente, cobrar su caché, y continuar con la gira. Pues no,
en absoluto, el trío de músicos se dejó la piel, incluso se obsesionaron un
poco por que los asistentes participásemos de una forma un poco más activa.
A pesar de la avanzada media de edad del público, una pareja acudió con su
hija de tres o cuatro años, cuando Touré pidió a los asistentes que bailásemos
en la platea, la pequeña ni corta ni perezosa, se puso a danzar al ritmo de la
música. El intérprete que la observó, se volcó con la niña, y comenzó a tocar
para ella. Los niños tienen algo de especial que hace que implementemos nuestro
esfuerzo al máximo, y eso es lo que le pasó al maliense, si su música era
intensa, en aquel momento fue espectacular.
Traspasado a la escuela, debemos de tener algo de esta actitud, en el aula, y
en la dirección de los colegios. Es verdad que tenemos derecho a cansarnos, es
verdad que nadie debería quitarnos la posibilidad de dejar el puesto directivo
en un momento dado si la desmotivación ha podido con nosotros/as. Pero a lo
que no tenemos derecho, es a dejar que nuestra labor sea anodina, y mucho menos
en contacto con los niños/as. Todo lo contrario, la interacción con los
alumnos/as debe ser nuestra mayor motivación, como el otro día lo fue para
Touré.
En cuanto a la labor directiva, deberíamos realizar una autoevaluación
rigurosa al final de cada curso. Si, como he dicho antes, la desmotivación y
el cansancio, no podemos olvidar que somos humanos, han podido con nosotros, deberíams poder plantear a la Administración la necesidad de un relevo, y que pudiera ser
con carácter de urgencia. Lo digo, porque lo que no puede darse es la
desgana en las personas que deben contagiar entusiasmo. Y marco los
finales de curso como fecha clave. Entiendo que a una situación emocional
de este calibre no se llega de un día para otro, entiendo también que es algo
que se va forjando poco a poco con el paso de los días y de las situaciones
difíciles. Por tanto debemos madurarlo, debemos ir tomando una decisión, pero,
hasta que llega la fecha clave, hay que aguantar el tipo, hay que darlo todo en
el escenario, porque tenemos a niños/as bailando con nosotros. No podemos
ni debemos defraudarles, aunque sin la posibilidad de una marcha atrás anual,
es muy difícil saber aguantar sin desánimo. No estaría de más, que la Administración
se plantease abrir la posibilidad a relevos dentro de los equipos directivos
con carácter anual, a pesar del periodo cuatrienal de los nombramientos.
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