La decisión depende pues de la familia, que es también a quien corresponde medicar a los niños/as bajo prescripción médica. Pero, ¿qué pasa si la familia se niega a la ingesta de estos medicamentos? Algunas familias que tienen algún miembro adulto con trastornos mentales, niegan la realidad, y no quieren relacionar a sus hijos/as con los trastornos que conocen de primera mano.
El servicio de orientación de los centros no puede hacer nada, salvo aconsejar a las familias que sigan las instrucciones de salud mental, o que lleven a los niños/as a la consulta de dicho servicio médico. Todo lo más, puede ponerse en contacto con los responsables médicos para comunicarles las conductas disruptivas que tiene el niño/a en cuestión, pero hasta ahí. Los colegios dependen de la voluntad de las familias, y éstas deben reaccionar, y asumir, el difícil trago que supone asimilar una enfermedad mental. Si además, esta situación viene corregida y aumentada por un problema socioeconómico a nivel familiar y una situación desfavorecida, al colegio le ha tocado la "lotería".
Podemos encontrarnos en algunos centros con alumnos/as a los que las medidas pedagógicas y emocionales les resultan inoperantes, puede parecer duro, pero es así. Si sumamos que el niño/as en cuestión puede tener ciertas tendencias agresivas, sumadas a una falta de empatía total, podemos vernos en serios problemas.
La solución no es fácil, es todo lo contrario, nadie puede actuar sin la aquiescencia familiar, por lo hay que esperar a que se produzca un acontecimiento lo especialmente grave, para la derivación del menor a un centro específico. Insisto en que la asimilación de estas circunstancias por parte de las familias es extremadamente difícil, es mucho más fácil, por lo evidente, la asunción de una incapacidad, aquí estamos hablando de otra cosa. Pero también es cierto, que estos niños, consumen una gran cantidad de recursos humanos y de energía en los colegios donde están matriculados.
Los derechos del menor están por encima de cualquier otra cosa, pero a la vez, es cierto que debemos salvaguardar los derechos del resto de niños/as que son sus compañeros. Quizá la única solución razonable que me viene a la mente es la sobredotación inmediata de los centros que tengan este problema. Quizá tener a una persona, que pueda estar de referente y con una atención personalizada, pueda ayudar. Nosotros aplicamos nuestros apoyos emocionales, pero no son suficientes, y no podemos centrar todos los esfuerzos del programa en una sola persona, tenemos que atender otras necesidades. Por ello aquí la Administración debería mirar al problema a la cara y no esperar, mientras solo quiere verle la nuca.
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