Están de actualidad las declaraciones de José Antonio Marina sobre la figura
docente. Lo que más corre por los medios, es su afirmación de que los docentes
buenos no pueden tener la misma retribución que los malos. Afirmación que
comparto al ciento por ciento, y que siempre he manifestado, pero que tras
muchos años de reflexión sobre la cuestión, no he conseguido formar una opinión
de como llevar a cabo esta medida. De todas formas, este es el tema estrella, y
casi el único, que se toca en las conversaciones de salas de maestros; y hay
otros, que a mi entender, son mucho más importantes.
Hay que analizar la diferencia entre los docentes españoles y los islandeses,
pero también hacer esa misma comparación con el sistema sanitario, donde los términos
curiosamente están invertidos, y son los islandeses los que salen peor parados.
¿Es que los nórdicos están mejor dotados para la docencia que los españoles y
viceversa en cuestiones de salud? Evidentemente no. La diferencia estriba en la
formación que recibimos los maestros y los médicos. Aquí está la tecla, lo
que funciona es el sistema MIR. Hace que los médicos se formen de una forma
real, en contacto directo con los enfermos, tratando casos reales, pero tutorizados
por otro profesional con experiencia que le guía en los últimos años de su
proceso formativo. El problema de este tipo de formación radica en el precio.
Los médicos MIR acceden al mismo después de una oposición, que es previa al
desarrollo de la residencia, y por lo tanto, ya que es una dedicación
profesional, dicha residencia es retribuida.
Lo mismo debería ocurrir con los docentes; tras una primera fase formativa
en las facultades de educación, etapa que, por cierto, debería estar sujeta a una revisión
total, los maestros a través de una prueba de acceso podrían acceder a los centros
para recibir allí su especialidad. Pero no durante tres meses y de una forma ineficaz, sin contacto universidad-colegio, como es ahora, sino durante un curso escolar completo al menos, y
teniendo responsabilidades sobre los alumnos/as sobre los que incide su
trabajo. Si el aspirante no es capaz de superar un mínimo de calidad en su desarrollo docente, si no puede demostrar su valía, no tendría la especialidad en la
que continúa su formación y, por lo tanto, no podría seguir en el sistema
educativo. Lo mismo que ahora hacen los médicos. Una formación mucho más sólida
y real, daría mejores profesionales y además mejoraría la visión que tiene la
sociedad de la función docente.
Esta realidad, que sería una mejora evidente en
las etapas de E. Infantil y E. Primaria, todavía sería mucho más evidente en la
E. Secundaria, donde los docentes deben formarse en su capacidad pedagógica
después de acceder a las aulas, puesto que en las facultades donde han obtenido
sus títulos de acceso no existe ninguna especialización pedagógica con vistas a
la función docente, por mucho que luego se quiera apañar con el curso de
capacitación pedagógica, que ha mejorado, pero ni mucho menos llega a la
realidad con la que se van a encontrar los futuros profesores en las aulas de
los Centros de Secundaria.
Esta medida sí que me parece más importante, más fácil de llevar a cabo,
pero eso sí, más cara.
La diferenciación salarial, me parece necesaria. Pero
tengo claro que nunca se haría de forma justa y que mal planteada, no deja
de ser un lavado de cara.
Marina plantea muchas más cosas, como la
especialización de la función directiva y la mejora de la inspectora, pero las
dejamos para próximas entradas
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