Los padres y las madres actuales sobreprotegen a sus hijos/as. Es
un mantra que se repite constantemente y algo de realidad hay detrás de él. Sin
duda, como padres no queremos que nuestros hijos pasen por malos momentos, pero
creo que esto se debe a una actitud egoísta. Si mis hijos sufren, me produce
angustia y malestar, y una forma de asegurarme mi comodidad afectiva, es evitar
que ellos/as lo pasen mal. Así increparé a todas las personas y estamentos que
les pongan en situaciones difíciles, aunque las mismas sean adecuadas en el
proceso educativo. Pero ocultando la realidad no vamos a conseguir que desaparezca.
La vida está llena de
frustraciones, y es nuestro deber como docentes, configurar situaciones de
aprendizaje que conlleven afrontar las mismas, para así, llegar a poder hacerlo de la
forma más adecuada en el futuro.
Pensar en la felicidad de los
niños/as como el único entorno en el que deben moverse es un gran error. Los
alumnos/as no deben padecer situaciones de angustia como algo habitual en el
mundo escolar. Recuerdo en mi infancia días duros en la escuela, con miedo a la
bofetada que podía recibir si no había hecho bien los deberes o si cometía un
error de cálculo a la hora de solucionar una operación aritmética. No consiste en eso, pero tampoco en facilitar el
camino sin que ninguna de las actividades pueda generar la más mínima
frustración en los niños/as. Deben aprender a conllevar estas situaciones, y si
logran hacerlo en la escuela, donde las consecuencias pueden mediatizarse y matizarse mejor
que mejor. No pasa nada por obtener una mala calificación en un momento determinado,
si logramos hacer entender en el niño/a que se trata de una consecuencia de una
mala actitud. No pasa nada por aprender a realizar una evaluación sobre el
proceso por parte del alumno/a a través de una frustración, donde comience a
modificar actos y actitudes, donde aprenda que lo importante no es ser
perfecto, por mucho que tus padres te quieran ver así, sino que es mucho más
interesante ver cuando hemos actuado mal y saber como rectificarlo.
Nunca es conveniente buscar
justificaciones externas a una mala conducta, aunque como padres lo busquemos
como primera solución, es mucho más importante aprender a ser empático, darnos
cuenta de a quien ha afectado nuestra actitud, y hacer lo posible para reparar
y compensar el daño causado con nuestra actuación.
En las tutorías les digo a
los padres/madres que no hay que estar sujetando a los niños/as para que no se
caigan, que hay que dejarles caer, evitando que el golpe sea muy fuerte, eso
sí, aunque deben llevárselo, y enseñarles a levantarse con rapidez y con más fuerza.
Cuando se accede a la edad
adulta, la vida te golpea con multitud de injusticias en todos los campos, si
desde pequeños hemos aprendido a afrontarlas, a conllevarlas y a sacar el máximo
provecho de cada situación, intentando que nos genere la menor ansiedad
posible, habremos recibido de la escuela la mejor de las enseñanzas.
Pero raramente se tiene en cuenta esta premisa, a veces los docentes nos
instalamos en el sentido de la justicia que creemos que da una determinada
calificación de una prueba escrita, nos subimos en un pedetal y nos mostramos inflexibles desde este
punto. Esgrimimos que es problema del alumno/a y de su capacidad de esfuerzo,
pero no le damos ninguna otra alternativa desde nuestra posición en la escala escolar. La motivación al alumno debe ser otra,
puesto que si no buscamos una alternativa pedagógica a esta situación,
lograremos dos reacciones y las dos negativas. La primera una angustia hacia el fracaso que hemos
descrito antes, con una paralización emocional por parte del alumno/a, casi
siempre mal gestionada. La segunda una desafección hacia las tareas propuestas
que acaba en el desinterés por lo escolar y el abandono futuro.
Todo esto es mejorable desde
dos actuaciones docentes, individualizar el proceso y evaluar constantemente el mismo.
Formar personas competentes debe centrarse en este punto como primer paso. No
servirá de nada conseguir que un alumno sea capaz, en un futuro, de
solucionar un problema complejo, si no logramos, lo primero, que ante las
dificultades, que seguro que le irán surgiendo, no se arrugue y desista del
trabajo emprendido.
Para ello los docentes debemos
ser conscientes, y enfocar el proceso educativo desde esta premisa. Por otro
lado, los padres/madres tienen que tirar del mismo carro, y en la sociedad actual no es lo habitual. No pueden
excusar a sus hijos/as tras un error, no se debe apelar a excusas externas, hay que asumir las imperfecciones de los hijos/as y aprovechar los fallos como elementos de
partida sin llegar a ver una falsa estigmatización de sus hijos/as. Educar no consiste
en evitar que los niños/as vean las consecuencias de sus errores, educar es
abrazarles, pero hacerles comprender la forma en la que deben actuar en un futuro para evitar
cometerlos y explicarles que no pasa nada por afrontar las consecuencias de los
mismos, si se ha reconocido que se puede actuar mejor.
IMAGEN ALBA LAMUELA
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