A veces los maestros tomamos un papel en la escuela que no es del todo real.
En el tiempo escolar, como en el resto de momentos de la vida, estamos sujetos
a interacciones constantes con las personas que nos rodean. En los centros
tendemos a definir los roles de una forma absoluta y caemos en un profundo
error. Creamos estereotipos fijos, la figura del maestro/a es la que
tiene la función de enseñar y la del alumno/a la de ser enseñada.
Para empezar
no creo mucho en la palabra enseñar, me parece un concepto mucho más
interesante el de aprender. Los docentes no son la figura principal del proceso
educativo, éste gira en torno al alumno/a y por lo tanto se aprende. La función
del maestro/a es poner todos los medios para facilitar el
"aprendizaje".
Pero como he dicho antes, en todos los momentos de nuestra vida estamos en
un proceso de interacción, y el tiempo escolar es muy prolongado, por lo que
estamos inmersos en una gran cantidad de estas interacciones, sobre todo con
nuestros alumnos/as. Podemos y debemos aprovechar dichos momentos para que los
intercambios sean lo más eficaces posibles, pero el intercambio tiene dos
direcciones. Sin duda que nuestra experiencia personal, más que los
conocimientos que hemos podido adquirir, ayudará mucho al aprendizaje de los
alumnos/as que están con nosotros, pero no es desdeñable de ninguna manera, el
flujo de experiencias de vida y emociones que los niños/as vierten en los maestros/as.
En este punto, es cuando muchas veces interrumpimos el proceso educativo,
somos incapaces de bajar del pedestal en el que nos coloca la estructura social
y desaprovechamos una oportunidad única para crecer como personas.
He comentado en alguna ocasión que un amigo del que aprendo muchísimo, sobre
todo en todo lo referente a actitud ante la vida, es una persona con síndrome
de Down y a pesar de ello, muchas veces pienso en la actitud que tomaría él
ante una situación determinada, y me sirve de referencia.
Lo mismo que Sergio puede ser un modelo a seguir, determinadas actuaciones y
actitudes de los niños/as pueden y deben ser imitadas. Es cierto que son
personas con mucha menos experiencia, pero por eso mismo están mucho menos
condicionadas por su vida previa, y la mayoría de las veces sus razonamientos,
mucho más puros, nos ayudan a encontrar soluciones que nuestro condicionamiento
previo no nos deja ver.
Situaciones de este tipo se ven muy claras cuando maestro/a y alumno/a se
enfrentan por primera vez, los dos a la vez, ante una experiencia novedosa, el uso de
Scratch por ejemplo.
Mientras que los menores son rapidísimos a la hora de familiarizarse con las
estrategias que hay que utilizar para realizar una programación, los adultos
nos estampamos contra el muro que suponen nuestras experiencias previas. Así
que mientras que los niños/as adquieren las destrezas a una gran velocidad los
docentes necesitan mucho más tiempo.
Esta realidad asusta a muchos maestros/as que se sienten inseguros en esta
situación. Y es todo lo contrario, nuestra fortaleza está en la motivación, en
ser el estárter que haga de motor de arranque del proceso, no tenemos que saber
de todo, no tenemos que ser el referente siempre, todo lo contrario. Si además
le hacemos ver al niño que tiene un dominio más amplio que nosotros en algunos
campos, humanizamos la visión que tiene de nuestra figura, y nos ayuda a crear
vínculos afectivos que son fundamentales para la generación de confianza.
Cuando un alumno/a confía en su maestro/a es capaz de emprender tareas que en
principio le pueden resultar insuperables.
Y si nos centramos en la figura del docente el enriquecimiento personal que
obtiene es incuestionable, pero eso lo dejamos para otra entrada.
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