Muchas veces un maestro/a tiene una idea interesante y la lleva a cabo, los
resultados son satisfactorios, y debido al éxito de la propuesta, la vuelve a utilizar al curso siguiente. Sin duda estamos ante un caso de innovación
educativa, y es mucho más frecuente de lo que pueda parecer en un principio.
Hasta aquí perfecto, el problema surge cuando cegado por el éxito inicial, el
docente lo replantea año tras año, sin buscar un feed-back que mejore la
práctica educativa en cuestión.
A lo largo de mi carrera, me he encontrado con
maestros, que siguen planteando la misma propuesta "innovadora" a
veces desde los años ochenta, y no podemos olvidar que la sociedad en la que
estamos actuando ha experimentado grandes cambios desde aquella época.
Antiguamente las novedades sociales y tecnológicas eran muy lentas, y la
necesidad de evolución estaba mucho más limitada; pero actualmente esto ha dado
un giro copernicano. La sociedad en la que vivía mi abuelo cuando estaba en
edad escolar, no era muy diferente de la que vivía el suyo; pero la que viví yo
no tiene nada que ver con la actual y, aunque ya peino canas, me queda bastante
para poder jubilarme; o sea que ha pasado relativamente poco tiempo.
Yo he pasado de hablar por teléfono en una centralita cuando era pequeño, a
disponer de un teléfono portátil provisto de una tecnología que no tenía el
Apolo XIII cuando llegó a la luna. El ordenador que utilizó esta nave espacial para conseguir su
propósito, está a años luz de los de ahora. Sin duda alguna, no podríamos
considerarlo como una innovación tecnológica ahora mismo si tuviésemos que
utilizarlo en la actualidad. Sin embargo, sí que consideramos como innovadoras,
prácticas educativas que se llevan utilizando desde hace treinta años. No
quiero decir que no sean buenas ni adecuadas, quiero decir que todas tienen que
ser evaluadas y deben sufrir los cambios necesarios para adecuarse a la sociedad
en la que viven los niños/as que estamos educando.
Un docente no puede en ningún momento dormirse en los laureles pensando que
domina el proceso educativo y que ha alcanzado la perfección con las técnicas
que utiliza. Si el equipo de Brasil de Pelé, que consiguió tanto triunfos en los
años cincuenta y sesenta, volviese a jugar, estoy seguro que lo pasaría muy mal
para poder conseguir una victoria en un campeonato actual. Muchos maestros/as
siguen jugando como lo hacían hace tiempo. Pero ya no es un problema que no se
planteen una autoevaluación sobre su práctica educativa, es que nadie se la
exige. Y, es más, como realizan prácticas que son diferentes al seguimiento sin
más del libro de texto, son incluso aplaudidos por compañeros/as que todavía son
más inmovilistas.
Así que INNOVACIÓN EDUCATIVA, no es tan solo utilizar técnicas que nos
ayuden en el proceso y que no sean las habituales, es también aplicar a las mismas un
proceso meta cognitivo que nos ayude a una evolución constante de las mismas;
consiguiendo el máximo rendimiento para el esfuerzo aplicado. Debe ser un camino en el que el destino siempre se va alejando.
La administración debería ponerse manos a la obra para potenciar esta
innovación, premiando las buenas prácticas; pero no de una forma puntual, que
aunque parezca paradójico afianza un nuevo inmovilismo. Debe potenciar las
innovaciones activas. Y a mí no se me ocurre una forma mejor, que no sea desde
una evaluación de los docentes y del proceso, y no vale con algo anecdótico que
sirva para salir del paso. Debe ser una evaluación constante profunda, eficaz y
con consecuencias.
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