Siempre me ha parecido que el sistema de ascensos del ejército era muy poco estimulante para las buenas prácticas. Un método en el que la antigüedad es la que marca los tiempos, y en el que las notas de salida de academia ordenan a la promoción hasta la época del retiro, no es precisamente lo que propicia la mejor evolución en los métodos y las formas. No estimula la investigación ni el desarrollo y mucho menos el emprendimiento. Eso mismo ocurre en la administración educativa, no en cuanto a ascensos, pero sí, en lo referente a estímulos profesionales.
No tiene sentido el riesgo, si con la dinámica habitual, conseguimos el mismo premio. El esfuerzo no tiene recompensa por parte de la administración, puesto que lo que nos vamos a encontrar es café para todos. Si a la hora de repartir el cupo de maestros/as da igual el número de proyectos que ha emprendido un colegio, si da igual el rendimiento que es capaz de sacar a sus recursos, si a la larga los méritos contraídos no suponen ninguna recompensa ¿para qué sirve el esfuerzo?
El primer impulso que surge es el de dejarse llevar, el dejar que las cosas fluyan por si mismas sin buscarse problemas, y hacer las cosas como siempre, para no encontrarnos ninguna dificultad, ni tener ningún quebradero de cabeza.
Pasado ese primer impulso, la profesionalidad hace ver las cosas de otra manera, y es que no trabajamos con objetos, trabajamos con niños/as que se merecen todo nuestro esfuerzo, aunque este no venga acompañado del reconocimiento del ente que llamamos "administración". Y no me estoy refiriendo a que no nos den una palmadita en la espalda, o alguna vez nos llegue una carta de felicitación, que de esas cosas sí que tenemos, y la verdad es que son de agradecer, ni tampoco a un estímulo en el sueldo que percibimos; me refiero a que en la organización de los recursos se premie a los centros que son capaces de llevar más iniciativas de trabajo, aunque ello suponga mojarse por parte de quien debe realizar ese reparto. En una iniciativa que tuviese en cuenta la productividad, no dudaríamos en otorgar los mejores medios a los profesionales que hubiesen demostrado una capacidad de sacar más proyectos adelante. En una empresa de transporte le daríamos el camión más grande y mejor, al mejor conductor, y eso estimularía al resto de conductores a intentar mejorar en su actividad profesional.
Si los recursos los repartimos sin tener en cuenta este factor, nos encontramos con la desidia. La mayoría de las veces se nos culpa a los funcionarios por ello, pero en realidad solo es una perversión de la administración y su falta de funcionalidad, su falta de flexibilidad y su poca capacidad de adaptación a los cambios marcados por el tiempo.
Creo que un sistema donde se premie a los que más rendimiento obtienen, y esto en educación es difícil de medir, no consiste solo en que los alumnos/as de un centro obtengan las mejores calificaciones dentro de la totalidad de los colegios, sino que hay que observar montón de variables más como la mejora porcentual de resultados sobre su situación anterior, nos estimularía mucho más que una palmadita en la espalda o una carta de agradecimiento.Y sinceramente creo que a pesar de la dificultad es más que posible, tan solo es cuestión de voluntad de cambiar y no tener miedo a señalar las buenas prácticas como ejemplo a seguir en el sistema educativo. Además todos agradeceríamos el que se nos guiase hacia nuevas iniciativas que nos sacasen del "siempre se ha hecho así", y que nos estimulasen en nuestra labor diaria. La administración debe ser capaz de que los docentes dejemos de ser menhires y alentar nuestro emprendimiento educativo. Para relizar esto no vale con pregonarlo o tener la intención, hay que estimular con realidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario