No soy muy dado a las citas, pero en esta ocasión voy a empezar
con una de Albert Espinosa que viene pintiparada; "El crear y el creer
está solo a una letra". Efectivamente, muchas veces somos víctimas de
nuestros miedos y de nuestra propia falta de autoestima profesional, que
normalmente no es todo lo alta que debiera. No creemos en lo que somos capaces
de hacer, puesto que el sistema, tras muchos años de convencernos de las
bondades de los libros de texto, ha conseguido que no solo nos creamos
ese paradigma, sino que además no veamos las posibilidades profesionales de las
que disponemos.
No nos sentimos
capaces de tomar una iniciativa que de verdad sea innovadora, sí que nos
atrevemos a lanzarnos a repetir la que nos propone alguien, que curiosamente no
suele estar en activo, y como mucho, podemos adaptarla a nuestra realidad. No
es mala cosa, es positivo, puesto que tras cualquier proceso de adaptación
metodológica se encuentra una profunda reflexión, y por lo tanto una evaluación
de nuestro proceso educativo, pero somos capaces de ir mucho más allá.
Ya digo, es
positivo ser capaces de liberarnos de nuestro primer yugo profesional, el
de las guías del maestro, que a veces en lugar de apoyarnos, nos ahogan. Eso
sí, siempre por utilizar un falso concepto de nuestra profesión. Pero queda un
segundo yugo, esta vez mucho más difícil de retirar y incluso de admitir, el de
nuestra propia autoconfianza y el de la confianza en los compañeros cercanos.
Nos bombardean a cursos de formación con etiquetas "innovadoras", que
además suelen usar términos en inglés para darle una falsa apariencia de
cientifismo barato. Parece que escuchar a alguien que se ha creado, o le
han creado un aura pedagógica en las redes sociales, y creer que los métodos
que nos propone son infalibles y que van a dar un resultado mágico, es adaptar
nuestros recursos profesionales desde una base sólida. Sin embargo, las
pequeñas aportaciones que nos hacen, desde su trabajo diario, los compañeros de
la clase de al lado, nos pasan inadvertidas, cuando realmente, son las más
fáciles de implementar. Pero claro, nuestro compañero/a no es un gurú educativo
que dicta sus sentencias metodológicas desde las redes sociales. Se da el caso
de que hay centros que informan sobre una determinada metodología que algunos
compañeros/as han adquirido a través de un curso de formación externo, y sin
embargo, docentes que la están llevando a cabo en el mismo centro, adaptadas a
las idiosincrasias particulares de ese colegio, pasan inadvertidos para el
resto de compañeros/as. Preferimos obtener información desde fuentes foráneas,
que muchas veces, no tienen un auténtico soporte en la realidad, a contrastar
su funcionamiento, aunque sea desde una práctica heterodoxa, del manantial que
tenemos a nuestro lado. De todas formas, ¿quién dicta la ortodoxia de una
metodología educativa? Evidentemente quien la está llevando a la práctica,
puesto que cada puesta en práctica no deja de ser un método nuevo, eficaz o no
en un momento y lugar determinados y concretos.
Es como si al lado
de una fuente pirenaica, nos diese por beber agua embotellada, y no nos
percatásemos de que podríamos habernos ahorrado el transporte de la misma
bebiendo un agua más sana y natural además.
Debemos creer en
lo que queremos hacer, debemos liberarnos de los miedos al fracaso, por algo
evaluamos el proceso, para realizar las adaptaciones que surjan y que sean
necesarias, incluso para abortarlo si dicha evaluación es muy negativa y
comenzar usando otro enfoque metodológico. Lo dicho al crear y al creer
tan solo les separa una letra. Tan solo lograremos realizar acrobacias si somos
capaces de pensar que podemos lograrlo. Pero sin duda, nos sentiremos más
seguros si le vemos realizar una parecida al compañero que tenemos al lado,
mucho más que si la hemos visto hacer en un video, en una condiciones
diferentes a la mía, aunque pueda ser el campeón del mundo.
IMAGEN ALBA LAMUELA
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