Las vacaciones de los docentes es uno de los temas de conversación
preferidos en los mentideros de nuestra sociedad. Todo el mundo critica la gran
cantidad de días sin clase que tenemos, y su deseo de alargar nuestra jornada
laboral. No es cuestión de volver a enumerar las razones que motivan la
realización del calendario escolar. Que si lo que se tiene en cuenta son las
jornadas de los niños y no de los profesionales, que si el calendario escolar
no corresponde al laboral de los docentes, que si las horas lectivas diarias no
son las que están los maestros en el colegio, que si la labor del docente no
acaba sino que empieza en el aula con la docencia directa, en fin es una
tradición la de valorar negativamente las vacaciones de los docentes y da igual
las razones que se argumenten, se ha convertido en un paradigma.
Por otro lado, no podemos negar
que son más amplias que la del resto de colectivos, que no es algo de lo que
podamos quejarnos, y que debemos valorar esta circunstancia como una
gratificación profesional que no disponen otras profesiones.
Pero que no debamos ir a clase
no significa, ni mucho menos, que desconectemos de nuestro trabajo, y que no
estemos trabajando de hecho; lo que no ocurre en la mayoría del mundo
profesional.
Actualmente, estoy realizando
una operación bancaria con una entidad de prestigio. Dicha operación tiene un
determinado proceso interno, ni mucho menos corto, que si se tratase de la
administración denominaríamos burocracia mejorable. Pues bien, por determinados
problemas de personal de la entidad, la burocracia interna está paralizada, y
mi operación retenida, lo que me está ocasionando algún problema. La cuestión
es que la capacitación y el prestigio profesional del personal bancario está
muy valorado en la sociedad, nadie se plantea si tienen muchas o pocas
vacaciones o si están bien o mal pagados, otra cosa muy distinta es el
prestigio social de las entidades bancarias.
Un docente, a pesar de estar en
periodo vacacional, en festivo, o en cualquier momento, no dejaría de pensar
en el problema que está teniendo un niño/a determinado y buscaría soluciones
a aplicar. El empleado de banca tiene la suerte de que cuando toca acabar la
jornada, la acaba, y hasta el día siguiente no tiene que pensar en la solución.
No digo que no haya responsables de sucursales que estén atentos a sus clientes
en horas intempestivas, pero por lo general es una presión añadida
individualmente, no va con las obligaciones profesionales. En los docentes sí
que es así, la jornada no acaba ni mucho menos cuando se sale del recinto
escolar, no existe un horario al que fijarse y desentenderse de los retos
profesionales, por ello mismo es llamada una profesión vocacional.
Cuando alguien decide dedicarse
a la docencia no está pensando, en absoluto, en la cantidad de días de
vacaciones que va a disponer a lo largo de su vida laboral, está pensando en el
reto que supone mejorar el proceso educativo de los niños/as, en como desde su
trabajo tiene la posibilidad de mejorar la sociedad en la que vive, y como así
puede cambiar el futuro de los niños con los que está interactuando. No es ni
mejor ni peor ser docente o empleado de banca, es diferente, unas profesiones
tienen unas ventajas y unos inconvenientes y viceversa; lo que no es justo con
el resto de colectivos profesionales, es que veamos las ventajas y no la
totalidad de la labor, que hagamos juicios de valor sin conocer las situaciones
reales, y que no es que deseemos para nosotros sus ventajas, sino que nos deja
tranquilos que el resto de las profesiones sufran nuestros inconvenientes.
Debemos intentar mejorar nuestra profesión y la sociedad en su conjunto,
desde reivindicaciones positivas, no desde la extensión y generalización
de as cuestiones mejorables.
Sí, es verdad que los docentes
tenemos más vacaciones y un horario en el aula más breve que el que deben
realizar los empleados de banca, pero también es cierto que no hay límites ni
horarios de trabajo cerrados.
Hemos perdido respeto social
por haber perdido el halo de profesionalidad que teníamos antaño. Sin duda es
por nuestra culpa, por habernos dejado embaucar por un sistema editorial que
sustituye las decisiones del docente por las propuestas desde un método
concreto propuesto en los libros de texto, nos hemos dejado engañar y además,
no es que hayamos perdido individualmente autoestima profesional, es que se la
hemos hecho perder al colectivo.
Si yo llamo a un fontanero, no
quiero que sepa montar piezas prefabricadas, que para algunos casos puede ser
la solución más fácil, quiero que sepa ajustarse a mi problema concreto y darme
la mejor solución, aunque para ello deba fabricar una pieza concreta que se
ajuste a la situación.
Hemos perdido ese carisma,
esa consideración, y es por eso que la sociedad solo nos ve como elementos
necesarios, de momento, para mover el engranaje educativo. Pero al no tener ya
esa consideración positiva, la sociedad reclama que no dispongamos de lo que se
consideran "privilegios".La culpa la tenemos nosotros, que no hemos
sabido mantener la consideración que tenían los docentes hace medio siglo,
curiosamente se comienza a perder con la metodología de las fichas y los textos
que se implanta con la llegada de la EGB, motivo para la reflexión.
Debemos cambiarla, porque es sintomático que el docente nominado este
curso al Global Teacher Prize, no haya pisado nunca un aula, y se dedique a
colgar sus clases desde la plataforma Youtube.
Creo que como colectivo debemos
esforzarnos en ver que docente no puede ser cualquiera que tenga una guía del
maestro en la mano, así nos ve el resto de la sociedad. Es necesaria cierta
capacitación, es necesaria la
imaginación didáctica, y por tanto, debemos mostrar que somos un puntal
importante para lograr, en un futuro próximo, una sociedad mejor.
El prestigio social solo se
logra, o se recupera en este caso, a base de profesionalidad, y me parece que o
nos vamos dando prisa, o nuestra profesión, tal y como la entendemos ahora, se
difuminará con el paso de los tiempos, como lo han hecho otras a lo largo de la
historia.
IMAGEN ALBA LAMUELA